domingo, 29 de noviembre de 2009

II Encuentro de Promotores de Lectura. "Las voces de la experiencia. Búsqueda de sentido a través de los caminos de la promoción de la lectura"


Conferencia inaugural a cargo de Cecilia Bajour (Argentina): "Los ruidos del hacer"

Intervención de Beatriz Helena Robledo (subdirectora de la Biblioteca Nacional de Colombia)
Intervención de Cristian Valencia: Voz crónica. Miradas crónicas sobre promotores del lectura

A continuación su reflexión sobre el noble trabajo de los promotores de lectura:


Campesinos de las Palabras

Por Cristian Valencia

“Los hospitales en las noches están llenos de fantasmas para los niños. Monstruos ectoplasmáticos caminan por esos pasillos y sus pasos se sienten intensificados por ese espacio sacro, que a veces es interrumpido por el carrito del aseo que produce un chirrido como de bruja hambrienta. La mayoría de los niños duermen solos en sus camas y le temen a la noche, a esa noche solitaria de los hospitales sin papás. Y todos, absolutamente todos, quisieran tener imágenes en la cabeza distintas a las que produce la oscuridad, el silencio y el aparente abandono de los padres. Conocí a uno que no le teme a la noche. Se llama Joel y está enfermísimo, padece de algo degenerativo y a veces pasa solito hasta siete días solito en el hospital. Aunque tiene 14, parece de 9, usa gafas y habla con una especia de ronquera consentida. A su cuarto se debe entrar con tapabocas, cosa que podría hacer su realidad más espeluznante. Porque aquello de ver gente sin boca que, sin embargo, habla, podría prestarse para construir historias horrorosas. Pero Joel no le teme a la noche gracias a una de esas voces que lo visitan, o lo habitan, cada día.

La voz pertenece a Johanna Mercedes Lobo, y es encantadora en todo sentido. Por las mañanas llega al hospital y comienza el ritual. Se acerca a un pequeño carrito, como una chaza de dulces callejeros, y comienza a desinfectarlo con alcohol. Luego se pone la bata que la distingue del personal médico, con un logo de Dolex y un letrero que dice: Palabras que acompañan. Es promotora de lectura. Ella es la buena culpable de que Joel y otro montón de niños se duerman alucinando con mundos de maravilla. Aunque podría hacer lecturas colectivas en una habitación, ella prefiere leer para cada niño. Con mucha delicadeza se acerca a cada cama, deja que el niño escoja el libro y comienza su recital de encantamientos. Hace las voces de sus personajes, le pone la entonación perfecta a cada palabra y va descubriendo mundos para los chiquillos convalecientes. Y los niños deliran con aquellas historias. Se les nota en la mirada que han entrado de sopetón a la historia que Johanna lee. Asisten en platea a un espectáculo exclusivo que no se puede comprar con ninguna plata del mundo.

Yeison, adolescente tirando a grande, habitante de Suba, me dijo que se siente dueño de un tesoro enorme que le regaló cierta Luz Estela en una biblioteca de barrio. “Un tesoro que nadie me puede robar”, dijo, mientras s e tocaba por todo el cuerpo, como si aquel tesoro hubiera hecho metástasis dichosa en todas partes. Fue un niño leído, un niño a quien Luz Estela le regaló muchos mundos a través de las historias que leyó en voz alta. Historias que se le notan en toda la humanidad, en alguna parte del cuerpo, o la mirada.

—A veces la recuerdo cuando voy en el bus —dice—. Y cuando leo un libro, prefiero que mi mente lea con la voz de ella —continúa— y de alguna manera sus palabras me hacen ver la cara de Luz Estela, su hada madrina de la niñez.

Alguna vez conocí un cubano viejo que trabajó en una tabaquería cuando era adolescente. Y de toda esa época lo que recuerda con más nitidez eran las novelas que leía una tal Sarita para los obreros. También me dijo que recordaba su voz como si recordara el vientre de su madre, y que a veces, cuando leía novelas, recreaba la voz de Sarita para divertirse más.

Los promotores de lectura están dotados de un don especial. No sólo se nutren de lo que leen en público niño de los efectos que produce lo que lee su público. Podría decirse que viven de una metarrealidad permanente. Son alucinados. Johanna, por ejemplo, no va de paso por ese empleo que tiene. No está leyendo para los demás mientras aparece algo mejor que le represente más platica. Aunque sea economista de profesión, su oficio en la vida es leerles a los demás y sembrar lectores. Comenzó como voluntaria y en una de esas la llamaron para hacer un reemplazo y se fue quedando.

—Es lo que quiero hacer siempre, durante toda la vida— me dijo, cuando acababa de salir de su habitación, en donde había dejado bien leídos a cuatro pacienticos.

Quienes leen para los demás, quieren incentivar la lectura, pertenece a una estirpe distinta a la de los maestros de escuela tradicionales. No porque los maestros sean menos ni nada por el estilo, sino porque logran entablar un triángulo amoroso con sus pupilos (por llamarlos de alguna manera) y los libros. Una relación que no está condicionada por una calificación y que tampoco se puede cuantificar de ninguna manera. ¿Cómo cuantificar aquella voz de Luz Estela en la cabeza de Yeison? ¿O los libros que fueron leídos gracias a uno de estos guías, o esa vocación de servicio que los define a todos? Es imposible, sería como ponerle números a un atardecer, o calificar lunas.

Cuando las puertas de una pequeña biblioteca en Suba se abren, los niños entran en desbandada como si estuvieran regalando dulces en el día de brujas. Luz Estela, quien atiende la biblioteca, me dice que ese lugar se ha vuelto tan importante en el barrio como la estufa en las casas. Que las madres piensan que si hubiera camas los niños dormirían allí, a sus anchas.

—Hay tres costeñitos que vienen casi todos los días —dice—. Y se me pegan como pollitos a donde vaya. Lo único que quieren es que les lea cuentos. Y leemos hasta diez en una tarde.

Por alguna razón esos costeñitos llegaron a Bogotá con su familia —Una de esas razones que Colombia produce. Y el único lugar de inclusión y socialización que han encontrado estos chiquitos es la biblioteca. Mejor aún, la biblioteca y el acompañamiento de Luz Estela. Porque sin luz una biblioteca no sirve de nada.

El lugar es pequeñito, tendrá 24 metros cuadrados. Sus paredes están habitadas por libros y bajo las mesas hay libros, y en los anaqueles hay libros. Los niños llegan y se sientan a hacer sus tareas o agarran un libro y comienzan a leer —atienden hasta 120 niños al día. Pero en realidad el espacio físico no define nada en estos casos. El espacio real que hace posible el prodigio es la imaginación y una hermosa memoria que se construye con los días, gracias a esa labor de personas como Luz Estela.

En el valle de Ariguaní, por allá en el bajo Magdalena, Madelis Judth, profesora de la misma estirpe de Johanna y Luz Estela, lee historias a los niños bajo la sombra de los cañaguates florecidos. Y lo hace a diario, y lo ha venido haciendo a diario desde hace siete años, a cambio de nada, en apariencia. Pero ella parece tan feliz con lo que hace, que no es atrevido asegurar que algo recibe a cambio que la llena de fuerza y vitalidad. Así que no se trata del espacio.

Hace pocos días, a las ocho de la mañana de un martes, a las afueras de un salón comunal de Candelaria La Nueva en Bogotá, un pocotón de adultos esperaban con ansiedad a Lucho, el sembrador de lectores. Cuando apareció por fin, cada uno fue entrando al salón por su cuenta. No hubo necesidad de arriarlos ni decir pa’dentro ni nada de eso. Lucho desempacó su cartapacio y escogió un libro para ese día. Como se trataba de una historia muy elemental, supuse que el público se iba a caer, que la cosa se iba a desmadrar y que arrojarían a Lucho por la ventana. Pero todos participaron de aquella lectura, respondieron preguntas y entablaron una discusión sobre el texto. Entonces supe que se trataba del comienzo de un proceso, que Lucho, a ojo de buen cubero, sabía exactamente qué historia leer para comenzar a despertarlos.

Le pregunté a uno de los asistentes cómo le había parecido la lectura y me dijo que era algo como regresar a la niñez. Me lo dijo mientras sus ojos aguaban. Y entendí que algo había empezado a sanar en ese viejo, que el recuerdo de la niñez de campesino le hacía falta, que Bogotá es dura y que su realidad no era fácil.

—Estos espacios, para mí, son como el Ágora para los griegos —me diría después Lucho en un taxi.

Lucho sabe lo que dice y sabe lo que hace porque lleva mucho tiempo como sembrador de lectores, o promotor de lectura, si prefieren. El ágora fue importante para los griegos por lo que pasaba en el ágora, no por el espacio arquitectónico.

En San Vicente de Chucurí, Santander, las mujeres siembran agua. Llenan totumos de agua y se van monte arriba, cantando y rezando Avemarías. Luego, entierran el totumo. Y aunque científicamente nadie se atrevería a decir que ese ritual multiplica los ríos, en San Vicente nace el agua de todas partes.

Es imposible ponderar la magia. Supongo que los gestores culturales deben medir el impacto de estos procesos con algún tipo de indicadores —cosa necesaria para conseguir recursos—, pero el verdadero aporte de los sembradores de lectores es tan intangible y tan real como el agua de San Vicente.

Pacho dirige un club de lectura en la biblioteca de Colsubsidio en el barrio Roma. Cuando comenzó estimó que llegarían 10 personas a lo sumo. Llegaron 63. En teoría, Pacho debe trabajar hasta la seis de la tarde, pero muchas veces le dan las nueve por ahí. Su mirada, como la de todos los que he referido en este texto, es alucinada. A su esposa Sandra la conoció por el oficio. Ella también siembra lectores en Biblored. La vida de Pacho es su oficio. Cada página que Pablo lee, cada página que sus pupilos habitan, es como un rastrillo en la tierra haciendo surcos.

En la última casa del barrio Juan Rey, al suroriente de Bogotá, un punkero paisa quiso socializar su biblioteca y comenzó a leer para los demás —podrán imaginar que no fue fácil que la gente se acercara porque Albeiro estaba lleno de crestas, puntas y taches—. A los pocos días llegó una mujer autista que nadie conocía. Todos los días llegaba y se sentaba a escuchar en silencio. No decía ni Mú, ni siquiera pestañeaba. Con el tiempo se convirtió en parte del mobiliario, una silla más a la que nadie prestaba atención especial. Hasta que una tarde, en medio de uno de esos silencios que se instalan a veces, dijo que las tardes de la casa de Albeiro eran más bonitas que las de allá. Y bingo, algo entendió Albeiro, algo entendió la señora y algo entendí yo cuando me contó la historia. Una verdad que nos habitó por completo, aunque ninguno podría decir con exactitud qué tipo de verdad fue. Y si yo quisiera tratar de pronunciarla me tocaría decir que, definitivamente, las tardes de la casa de Albeiro son más botinas que las de allá.

Le perdí el rastro hace dos años, cuando empacó sus bártulos y se fue a Medellín con sus taches y sus crestas y sus libros. Pero estoy seguro que Albeiro quedó tocado por el Sol y que sembrar lectores será su oficio para siempre. Como Johanna, que llena de realidades las fías tardes paredes de los hospitales; o Lucho, que es capaz de recuperar la infancia de adultos endurecidos; y Luz Estela, que luego de nueve años de trabajo está estudiando bibliotecología para hacerlo todavía mejor; o Pacho, que leyendo conoció a su esposa, y trabaja hasta catorce horas porque es incansable. Sin olvidar a Medelis Judith leyendo cajo cañaguates florecidos en el valle de Ariguaní.



Presentación de experiencias: Voces del camino
(De izq. a der.) Willinton Albornoz, Lillyam González (Presidencia de la República), Moderador: Luis Bernardo Yepes. José Ignacio Caro y Valeria Baena (Banco de la República).


Directores de entidades que promueven la Lectura.
(De Izq. a der.) Silvia Castrillón (Asolectura), Juan Pablo Hernández (Fundación Jordi Sierra i Fabra), Liliana Moreno (Fundación Letra Viva) y Corinna Chand (Cerlalc), en Compañía de Julián David Correa (gerente de Literatura de la Secretaría de cultura, recreación y deporte).



Conferencia a cargo de Eva Janovitz (México):
De mi historia lectora a la historia que se construye con otros


Presentación de experiencias de Promotores de lectura: Voces desde la experiencia

Intervenciones de Raúl Mazo, Gloria de Becker y Johanna Lobo

Conversatorio con los escritores: Gonzalo Mallarino,Yolanda Reyes, Federico Díaz-Granados y
Ricardo Silva

Intervención de Juan Pablo Hernández: La habitación de las palabras.

Intervención de Lola Cendales


Voz sin fronteras, a cargo de Lola Cendales